La condena puede tener un impacto significativo en la salud mental del acusado del asesinato en Mocejón

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La condena puede tener un impacto significativo en la salud mental del acusado del asesinato en Mocejón

El veredicto condenatorio emitido en contra del acusado del asesinato en Mocejón ha generado un gran impacto en la opinión pública, pero también puede tener consecuencias graves en la salud mental del mismo. La presión psicológica y el estrés emocional que conlleva una condena de este tipo pueden desencadenar problemas de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales en el acusado. Es importante considerar el impacto psicológico que puede tener esta condena en la vida del acusado y buscar formas de apoyo y tratamiento para ayudarlo a enfrentar este difícil momento.

La condena podría ser devastadora para el presunto asesino de Mateo en Mocejón

Si se confirma que Juan es el autor del crimen del pequeño Mateo, el veinteañero se enfrentaría a tres escenarios: imputabilidad, inimputabilidad o semi-imputabilidad. En ninguno de los tres casos será puesto en libertad.

Si se le aplica la plena responsabilidad, al tratarse de una víctima menor de 16 años, la pena máxima a la que podría enfrentarse es la prisión permanente revisable. Aunque este no parecería el escenario más plausible.

Impacto en la salud mental del acusado: tres escenarios posibles

Impacto en la salud mental del acusado: tres escenarios posibles

La inimputabilidad no significa libertad. Implica ser internado en el lugar adecuado, con las medidas de seguridad necesarias y bajo la atención más idónea. Se sustituye la pena de cárcel por el internamiento en un psiquiátrico penitenciario, y esas condenas también pueden superar los 25 años.

Padecer una enfermedad mental grave no garantiza una modificación de la pena. Para aplicar eximentes o atenuantes ha de acreditarse que, durante los hechos, el autor tenía alteradas las facultades mentales o no era capaz de comprender la ilicitud de sus actos.

El drama que rodea al presunto asesino de Mateo en Mocejón

El padre de Juan ha explicado que su hijo padecería una discapacidad del 70% derivada de un problema de salud mental. Ahora serán los psicólogos, psiquiatras y el resto del personal sanitario, a petición del magistrado encargado del caso, quienes elaboren un informe forense que determine su estado mental.

Ha sido mi otro yo. Con estas palabras Juan habría admitido, a su manera, ser el asesino de Mateo. Los hechos, narrados en tercera persona, dibujan una declaración confusa, articulada sobre un discurso incoherente, que denotaría un estado disociado.

El detenido habría explicado a los agentes que su otro yo le robó la cara, tomó su cuerpo y apuñaló al niño. Como en un videojuego. Como si en lugar de cometer el crimen, lo hubiese presenciado.

Esto se llama despersonalización. Es habitual en los trastornos psicóticos y ocurre a menudo en la esquizofrenia. El sujeto se convierte en espectador de sí mismo. Durante este tipo de fases agudas, el individuo deja de ser dueño de sus capacidades volitivas o cognitivas.

Aunque resulte costoso de comprender, es fundamental asimilar que, en estos estados, o en los brotes psicóticos, una persona puede planear sus actos sin que esto signifique estar cuerdo. Por ello, el hecho de que Juan se tapara la cara, huyera, tirara el arma, lavara la ropa o disimulara su crimen, no prueba, bajo ningún concepto, que estuviese sano.

Los brotes llegan a durar horas, días o varias semanas. Durante ese intervalo, quienes los sufren son capaces de comportarse de forma aparentemente normal. Pueden seguir con su rutina, entablar conversaciones, trabajar, e incluso planear o cometer un crimen sin ser realmente conscientes de ello.

Se pierde el lazo con la realidad, pero no necesariamente la inteligencia o el raciocinio. No son excusas. No es ciencia ficción. La mente se disocia. Así lo dice la medicina y así lo contempla el ordenamiento jurídico.

El debate ahora ronda el por qué. Una venganza, una discusión, algo que explique la motivación criminal. Pero bajo el criterio de una posible mente enferma, ninguna explicación resultaría lógica.

El padre del presunto asesino ha admitido que su hijo no puede estar solo ni en libertad, y ha reconocido que no sabría a dónde llevarlo. Al drama de la familia de la víctima se añade el de la familia del sospechoso. El limbo, el desconocimiento y la desprotección, ya no solo de los enfermos, sino de su propio entorno, vuelve a erguirse como una urgencia olvidada.

La falta de tratamiento o atención llevan a ciertos enfermos a ser un peligro, tanto para la sociedad como para sí mismos. La prevención se torna necesidad. No todas las familias pueden costearse centros privados y la atención pública carece de medios. En las cárceles ordinarias falta personal especializado, y los dos únicos psiquiátricos penitenciarios siguen abarrotados.

El resultado, ahora, es un pueblo consternado y un niño asesinado. A la espera de que se sigan esclareciendo los hechos, que de la tragedia salgan, al menos, lecciones y llamamientos. Más recursos para la sanidad. Menos odio, más tolerancia y solidaridad.

Jorge Vidal

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