La pequeña ciudad de Monterroso, con apenas 3.600 habitantes, sorprende con la acogida calurosa de 126 migrantes procedentes de Mali, dejando a los ve

En un ejemplo inspirador de solidaridad y acogida, la pequeña ciudad de Monterroso, con una población de apenas 3.600 habitantes, ha abierto sus brazos para dar la bienvenida a 126 migrantes procedentes de Mali. Esta iniciativa ha generado un gran impacto en la comunidad, dejando a los vecinos felices y orgullosos de la capacidad de su ciudad para brindar apoyo y refugio a aquellos que más lo necesitan. A pesar de su pequeño tamaño, Monterroso ha demostrado que la hospitalidad y la compasión no conocen fronteras, y que la solidaridad puede ser un ejemplo a seguir en un mundo cada vez más globalizado.

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La solidaridad gallega: Monterroso acoge con brazos abiertos a migrantes procedentes de Mali

El ayuntamiento lucense de Monterroso cuenta desde hace casi un mes con más de un centenar de nuevos vecinos: 126 migrantes procedentes de Canarias, adonde llegaron huyendo de la guerra de Mali. Sin embargo, no son solo números, son personas que se han integrado perfectamente en muy poco tiempo.

Ya son uno más, afirma Milagros, que despacha en una de las panaderías del pueblo. Milagros aprovecha el fin de su turno para tomarse un café junto a Julia -su compañera en la panadería- en uno de los bares del pueblo, uno que además suelen frecuentar jóvenes migrantes como Hajid y Mahmadou.

Estamos encantados, felices. Son encantadores. Y cariñosísimos, comenta Julia mientras abraza a uno de ellos y les ofrece unas Coca-Colas. Se han integrado super rápido. Son un cacho de pan. Se te parte el corazón cuando conoces un poco sus historias, señala Milagros, que reconoce tener un trato muy cercano con ellos por su dominio del francés.

Lo mismo ocurre con Julia, de ascendencia francesa. Ya quisieran muchos tener un cuarto de la educación que tienen estos chavales. Vienen por las mañanas y nos ven cargadas con el pan y corren para ayudarnos, siempre con una sonrisa. Cuando hablas con ellos un rato te das cuenta de que lo único que quieren es que les escuches. Lo pasan realmente mal cuando no consiguen hacerse entender y por eso muchos se están poniendo las pilas con el castellano, relata.

La integración, un proceso en marcha

La integración, un proceso en marcha

Son pocos los que hablan un español más o menos fluido, aunque lo comprenden y se esfuerzan por hacerse entender. La lengua que más dominan es el francés y algunos de ellos ni eso, solo el bambara, una de las lenguas oficiales de Mali.

Hajid, de 20 años, es uno de los pocos migrantes en Monterroso con un dominio del castellano tan avanzado para la situación, que incluso bromea con las clases de español que reciben en el hotel. Yo lo que quiero es trabajar, explica. Hajid llegó hace nueve meses a El Hierro, en barco desde Mali, donde ha dejado a su madre y a sus cuatro hermanos pequeños. Su padre es una de las víctimas de la Guerra Civil que enfrenta al país desde hace más de una década.

Cuenta que todavía no ha podido ponerse en contacto con su familia, a la que desearía poder traerse con él. Pero para eso, apunta, primero tiene que trabajar. Quiero buscar un trabajo, aquí en Monterroso, que me tratan muy bien. Los vecinos son muy agradables. Me gustaría de cocinero porque me encanta la cocina, pero primero necesito papeles, explica.

Según cuenta, en esta misma situación se encuentran muchos de sus compañeros. Mientras tanto, pasan el día en el hotel que les acoge -de la mano de la ONG Rescate-, donde tienen clases de castellano por niveles de dominio, además de otros talleres y actividades.

Una acogida cálida

Verónica, ayudante de cocina en el hotel, también alaba el comportamiento de los jóvenes. La verdad es que son un cielo. Se portan muy bien. Por la mañana, cuando llega el camión de mercancía, nos ayudan a descargar. Y a cambio nosotras les tenemos guardados unos bizcochos extra, que les encantan, como los flanes, bromea.

Coincide Hajid pero, aunque habla muy bien de la comida gallega, dice preferir la de su país natal. Es un choque al final. La primera vez que les dimos croquetas pensaron que estaban crudas y les tuvimos que explicar que eran así, pero ahora ya muy bien, explica Verónica.

En el pueblo ya no llaman la atención, comenta una de las camareras del bar mientras Mahmadou sale a charlar con un vecino que pasea a su perro. Lo que hay que hacer con esta gente es ayudarla. Solo Dios sabe lo que habrán pasado en su país para preferir verse en esta situación. Por mí, que vengan más, que hace falta gente aquí para trabajar y para revivir esto, insiste Milagros.

Laura Ramírez

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