¿Por qué la mayoría de la población es diestra y no zurdiza?
La lateralidad, es decir, la preferencia por utilizar una mano u otra para realizar tareas, es un tema que ha generado gran interés entre científicos y curiosos durante siglos. Y es que, según estadísticas, alrededor del 90% de la población mundial es diestra, mientras que solo un 10% restante es zurdiza. Esta disparidad ha llevado a preguntarse ¿cuáles son los factores que determinan nuestra lateralidad? y, sobre todo, ¿por qué la mayoría de la población tiende a ser diestra?. En este artículo, exploraremos las teorías y hallazgos más recientes que buscan responder a esta intrigante pregunta.
Desentrañando el misterio de la lateralidad humana
Es curioso que la mayoría de los humanos seamos diestros, pero ¿es algo azaroso o es consecuencia de la selección natural? En general, lo derecho se asocia con destreza, competencia y corrección, mientras que lo izquierdo está cargado de connotaciones negativas.
La condición zurda: ¿azar o selección natural?
La condición zurda ha incorporado culturalmente un estigma negativo, asociándose con “rarezas sospechosas” y marginando a sus portadores. Algo similar a lo que sucede con otras anomalías, como el albinismo en el África negra.
La explicación intuitiva es que lo más frecuente, estadísticamente, es tener más habilidad en el brazo derecho que en el izquierdo. Aunque hay variaciones entre distintos pueblos (China: 5 % de zurdos, Occidente: 10-12 %), la opción diestra siempre es mayoritaria. No obstante, lo frecuente no tiene por qué ser lo mejor en términos adaptativos, pudiendo obedecer a una contingencia aleatoria.
¿Qué subyace biológicamente en el predominio de la diestra?
Entonces, ¿por qué somos mayoritariamente diestros? ¿Qué es lo que subyace biológicamente a este fenómeno?
La primera hipótesis es que la condición zurda esté ligada a la naturaleza genética y el sexo. Se sabe que los zurdos tienen una probabilidad ligeramente menor de sobrevivir hasta edades avanzadas y su porcentaje es superior en los hombres, por lo que se ha relacionado con los niveles de testosterona.
La segunda hipótesis es que la condición diestra sea una ventaja adaptativa. Aunque ambas manos pueden, potencialmente, desarrollar la misma fuerza y destreza, la realidad es que no lo hacen. Esta asimetría morfológica podría evidenciar procesos anatómicos internos que sufren desarrollos diferenciales en ambos lados del cuerpo.
La bipedestación aumentó la exposición y vulnerabilidad de nuestro tórax. Esto nos llevaría a pensar que la condición diestra es potencialmente más “adaptativa”, por implicar una mayor tasa de supervivencia.
No obstante, esta razón se descarta porque integrar zurdos en formaciones militares cerradas acarrea más problemas de coordinación con los diestros que ventajas individuales. Además, esta explicación no afecta a las mujeres, que no han participado masivamente en formaciones militares.
Para intentar contrastar esta hipótesis necesitaríamos conocer si las primeras manifestaciones de lo zurdo son anteriores a la aparición, relativamente reciente, de escudos y espadas. Efectivamente es así, pues las poblaciones de cazadores-recolectores actuales, con un género de vida similar al del Paleolítico y que no usan escudos, son también predominantemente diestras.
Estimaciones tempranas de la condición zurda las tenemos en la argentina cueva de las Manos, cuyos motivos más antiguos se han datado en el octavo milenio a. e. c. En ella, las 829 impresiones negativas de manos izquierdas, frente a tan solo 31 derechas, nos hablan de que sus pobladores eran mayoritariamente diestros.
Otra forma de conocer la naturaleza zurda o diestra de las poblaciones primigenias sería el análisis de la lateralidad en marcas y ralladuras producidas con útiles líticos sobre los huesos de sus presas o sobre su propia dentición.
Según lo expuesto, pues, no queda definitivamente clara la causa del predominio de la condición diestra. En cualquier caso, y considerando que la esperanza de vida de los zurdos es algo menor que la de la población general, podría considerarse que esta condición sigue entrañando “mala suerte”.
Autores: Ildefonso Alonso Tinoco, Médico adjunto especialista en obstetricia y ginecología, Universidad de Málaga; A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga y Paul Palmqvist Barrena, Catedrático de Paleontología, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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