La conmoción del dolor: descubriendo cómo nuestro cerebro procesa el trauma y la pérdida Nota: He reescrito el título para mantener la esencia origin

El trauma y la pérdida son experiencias universales que, en algún momento, todos hemos enfrentado. Sin embargo, el proceso por el cual nuestro cerebro procesa y responde a estos eventos es aún un misterio para muchos. La comprensión de cómo nuestro cerebro reacciona ante situaciones de estrés extremo puede ser la clave para desarrollar estrategias efectivas de afrontamiento y recuperación. En este sentido, la investigación en neurociencia y psicología ha avanzado significativamente en la comprensión del impacto del trauma en el cerebro. A continuación, exploraremos los últimos descubrimientos en este campo y cómo pueden ayudarnos a abordar y superar las experiencias de dolor y pérdida.

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La travesía del dolor: cómo el trauma puede llevar a la desesperanza y la tragedia

El 19 de marzo, un hombre llamado Pepe viajaba en coche con su familia cuando se quedó dormido al volante. El accidente tuvo consecuencias devastadoras: su hija falleció horas después, su mujer murió unos días más tarde y sus nietos resultaron heridos. Pepe se sintió culpable y entró en depresión.

Dos meses más tarde, tras discutir con su yerno, Pepe se atrincheró en su casa, mató a sus nietos y se pegó un tiro. ¿Qué le pasó por la cabeza en ese momento? ¿Cómo su cerebro procesó el dolor y la pérdida?

La química del dolor

La química del dolor

El trauma tiene memoria y puede reprogramar nuestra mente. Para entender cómo se reacciona ante un evento traumático, podemos utilizar la metáfora de la ventana desarrollada por el psiquiatra Dan Siegel.

Imaginemos que, tras un episodio impactante, se accede a una ventana con dos áreas extremas. En la zona de la hiperactivación, aparecen la ira, la agresividad, la manía y el autojuicio. En el otro lado, nos apagamos, surgen la depresión, la tristeza, la impotencia y una sensación de agotamiento.

La zona idónea para hacer frente a un evento difícil es situarse en el medio, la llamada ventana de la tolerancia. Todo lo que ocurra en los dos vértices puede llevarnos a actuar de manera peligrosa e irracional.

La cascada química

Tras el accidente, Pepe trató de mostrarse entero, pero su mente oscilaba entre ambos extremos. Esta descompensación no es más que una reacción química. Parte del sistema límbico, que trabaja en la respuesta al miedo, entra en estado de agitación.

En situaciones de estrés o peligro, busca defenderse, generando una explosión de cortisol, adrenalina, noradrenalina. La amígdala se vuelve hipersensible, afecta al hipocampo, y todo puede degenerar en un incorrecto funcionamiento de los mecanismos biológicos.

La psicoterapeuta Joelle Maletis llama a este proceso cascada química. El bombardeo hormonal es descomunal. Y si el impacto emocional es demasiado potente, el sistema neurológico adaptativo se desborda.

La psicología

Pepe, de 72 años, se encontraba en tratamiento psiquiátrico desde el accidente. Se sentía culpable y había puesto en peligro a sus nietos. La relación con su yerno empezó a enturbiarse. Dicen en Huétor Tájar que no le dejaba ver a los niños. Quizá por miedo, puede que por rabia. Pepe entró en depresión.

Habló de suicidio. Y tenía una escopeta. Algo ha fallado. Un individuo en tratamiento psiquiátrico no debería tener acceso a armas de fuego. Del mismo modo que se renuevan las licencias en función del tiempo o edad, parecería lógico también un aviso, un estudio psicológico, ante situaciones de alteración mental.

Según el informe preliminar de la autopsia, uno de los nietos murió de un disparo, el otro asfixiado. Fueron horas de pura tensión. El padre avisó a emergencias el domingo por la noche. Su suegro se había encerrado con sus dos hijos. Se escuchó un disparo y llegó la Guarda Civil. Ante la actitud del abuelo, escopeta en mano, tuvo que entrar en acción la Unidad Especial de Intervención. Pero el hombre no desistió, ni siquiera con el mediador. Dijo que los soltaría por la mañana, que los dejaría ir al colegio. Pero llegada la hora los mató. Y cuando los agentes accedieron a su domicilio, se suicidó.

En este suceso, el trauma entró en toda la casa, invadiendo, a su manera, a cada miembro. El dolor de un padre que acababa de perder a su mujer. El desconsuelo de dos niños que vieron morir a su madre. La tortura de un abuelo que se sentía culpable. Entre esas paredes no solo se lidiaba con cada drama interno, se absorbía también el ajeno.

La mayor parte de personas somos esponjas. Tendemos a impregnarnos del estado emocional de quien tenemos cerca. Felicidad, tensión o tristeza, su órbita penetra y sus efectos se inhalan. En lo que quedaba de esa familia, solo se respiraba angustia.

Se leen teorías sobre suicidio ampliado, homicidio compasivo o brote psicótico. En fases emocionales tan graves es indispensable la ayuda, el seguimiento y la observación. Fuera lo que fuera, lo dicen las estadísticas. El mal no se encuentra únicamente en las mentes perversas. Son las personas normales, en situaciones extremas, las que cometen la mayoría de los crímenes.

Susana Vidal

Soy Susana, redactora de la página web Diario Online, un periódico independiente de actualidad nacional española. Mi pasión por la escritura y la veracidad de la información me lleva a investigar a fondo cada noticia que publicamos. Con un enfoque objetivo y crítico, me esfuerzo por ofrecer a nuestros lectores contenidos relevantes y de calidad. Mi compromiso es mantener informada a la sociedad española, abordando temas de interés público con profesionalismo y ética periodística. ¡Gracias por seguirnos en nuestra plataforma digital!

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